
Texto: Karolina Almagia
Fotografías: Jon Hernáez
María del Mar García Calvente es una de las mayores expertas a nivel estatal en Género y Salud. Lleva años trabajando en el análisis y abordaje de las desigualdades de género en salud, especialmente en la investigación sobre el impacto en la salud y calidad de vida de las personas cuidadoras. Doctora en Medicina y Cirugía, especialista en Salud Pública y en Pediatría, dirige el Diploma de Especialización en Género y Salud en la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP) en Granada y forma parte de la Unidad de Género y Salud de la Organización Panamericana de la Salud y del Programa de Género y Derechos Humanos de la Oficina Regional para Europa de la OMS.
Ha participado en más de 30 proyectos de investigación sobre género, salud y servicios sanitarios y actualmente es la investigadora principal del Proyecto CUIDAR-SE: “Estudio de Seguimiento de la salud y la calidad de vida de mujeres y hombres cuidadores en Andalucía y País Vasco”, financiado por el Instituto Carlos III.
El pasado 28 de mayo ofreció una conferencia organizada por Emakunde con motivo del Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres. Aprovechamos para hablar con ella.
Según todos los estudios, la gran mayoría de los cuidados de salud se producen fuera del sistema de salud profesional, en el ámbito de lo que ahora se llama sistema informal de cuidados. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Atención Informal?
Personalmente prefiero hablar de cuidados o de cuidado informal. Los cuidados, en un sentido amplio, se pueden conceptualizar como todas aquellas actividades que ayudan al sostenimiento de la vida humana. Utilizando un concepto más restrictivo, podemos llamar cuidado informal a la prestación de cuidados a personas dependientes (con disminución de la autonomía) por parte de familiares, amistades u otras personas del círculo social cercano, que no reciben retribución económica por la ayuda que ofrecen.
El cuidado informal es un concepto complejo, multidimensional, que implica tareas, relaciones y una determinada ética. Sus límites son muy difíciles de establecer en términos de qué se hace, quién lo hace y cuánto tiempo dedica, ya que se trata de un trabajo de alta dedicación (24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año) y de carácter circular. Esta es una de las principales dificultades de la investigación en este ámbito.
Usted ha analizado la distribución de esos cuidados informales. ¿Con qué se ha encontrado?
El equipo de investigación de la Escuela Andaluza de Salud Pública que lidero fue el primero en realizar una encuesta de base poblacional en Andalucía para caracterizar el fenómeno del cuidado informal en nuestro contexto. Entrevistamos a personas de 3.000 hogares andaluces en los que identificamos a 2.600 personas que necesitaban cuidados y a 1.000 personas cuidadoras que se los prestaban. En este estudio, publicado en 1996, encontramos que los cuidados que requerían las personas que necesitaban atención (menores, mayores, con enfermedad crónica o con discapacidad), eran suministrados mayoritariamente por su círculo familiar cercano: en un 66% de manera exclusiva, sin ninguna ayuda de los servicios profesionales.
Otros estudios posteriores, a nivel nacional, muestran cifras muy similares, incluso mayores (cercanas al 80%) si se trata de cuidados a mayores o dependientes. España es uno de los países de la OCDE en el que hay más personas que prestan cuidados informales, y sobre todo, de mayor intensidad, o sea, con un altísimo grado de dedicación en tiempo.
Y estos cuidados no se reparten equitativamente entre todas las personas de la familia o el círculo de amistad o vecindario, sino que en más del 75% de los casos, es decir tres de cada cuatro, esas personas cuidadoras son mujeres.
¿Qué tipo de mujeres son las que se encargan de los cuidados? ¿Recae por igual en todas las clases sociales?
Se puede afirmar que las mujeres, de cualquier clase social, somos las que tenemos asignado el rol de cuidadoras en la sociedad: se nos supone la “obligación moral” del cuidado de otros. Y prácticamente todas, en algún momento de nuestras vidas, somos o seremos cuidadoras.
Lo que ocurre es que aquellas mujeres con más ingresos, con mayor nivel educativo y que pueden acceder al empleo remunerado, tienen la posibilidad de buscar ayudas para el cuidado, y la obtienen en muchas ocasiones de otras mujeres a las que pagan por el trabajo de cuidados que realizan.
Las mujeres que no tienen estos recursos, las de clase social más desfavorecida, tienen que asumir los cuidados ellas, y muchas veces en solitario. Esta presión social hacia el cuidado que se ejerce sobre las mujeres es mayor si cabe en el medio rural, donde las mujeres tienen menor capacidad real de elegir si asumen o no los cuidados de otras personas.
Según los datos del Estudio multicéntrico CUIDAR-SE, que estamos realizando actualmente con mujeres y hombres cuidadoras informales residentes en Granada y en Gipuzkoa, el 63% de las mujeres (y el 54% de los hombres) cuidan solas/solos, sin ayuda de otras personas. El cuidado se comparte más en Gipuzkoa que en Granada.
No hay que olvidar que ejercer de “cuidadora” no significa solo realizar una serie de tareas o actividades, sino que supone asumir la responsabilidad sobre los cuidados que necesita la persona o personas a las que cuidamos. Esta “carga mental” de los cuidados es un factor muy importante que impacta en la salud de las mujeres que cuidan, y la soportamos todas, seamos de una clase social u otra.
¿Qué consecuencias tiene para las mujeres esta dedicación?
El rol de cuidadoras tiene consecuencias en diversos aspectos de la vida, y esas consecuencias son desiguales entre las mujeres y los hombres que cuidan.
Por ejemplo, en el ámbito laboral y económico, 30 de cada 100 mujeres no pueden plantearse tener un empleo porque es incompatible con sus responsabilidades en el cuidado. En el caso de los hombres este porcentaje se reduce a 9 de cada 100. Y a mayor intensidad de cuidado, menor es la probabilidad de empleo de las personas cuidadoras. En definitiva hacerse cargo del cuidado de otras personas supone un elevado “coste de oportunidad” para las mujeres que cuidan, que en muchos casos tienen que elegir entre trabajo productivo (remunerado) y trabajo de cuidados o reproductivo (no remunerado). Incluso aquellas que pueden compatibilizar ambos tipos de trabajo, asumen otro tipo de consecuencias, como son la limitación de las posibilidades de progreso en su carrera profesional, el cambio de trabajo o el absentismo laboral.
La exclusión del mercado laboral de las cuidadoras o la limitación para progresar profesionalmente tienen, entre otras, consecuencias negativas sobre la economía propia y familiar, ya que supone una disminución de los ingresos. Además, asumir el cuidado de una persona dependiente que padece problemas de salud también supone un incremento de los gastos.
El impacto laboral y económico de cuidar no solo se evidencia a corto plazo, sino que tiene también consecuencias en la vida de las personas que cuidan a más largo plazo. El abandono de empleo remunerado o la imposibilidad de acceso a él, tiene consecuencias en la disminución de los derechos a prestaciones sociales en un futuro (como las pensiones contributivas), reduciendo así la capacidad adquisitiva de las personas que cuidan incluso cuando ya no tienen que responsabilizarse del cuidado. Se sabe que las personas cuidadoras en edad activa, sobre todo las mujeres, tienen un mayor riesgo de caer en la pobreza.
Y, además del impacto profesional, ¿qué otras consecuencias acarrea?
El impacto de asumir los cuidados se hace notar también en las relaciones familiares o en la disponibilidad del tiempo propio: Según datos de la Encuesta de Discapacidades, seis de cada diez mujeres que cuidan han tenido que reducir su tiempo de ocio a consecuencia del cuidado, y la tercera parte de ellas dicen que no tienen tiempo para cuidarse ellas mismas.
En el caso de la salud, nuestros datos más recientes del Estudio CUIDAR-SE indican que más de la mitad (50,4%) de las mujeres que cuidan perciben que su salud es regular o mala, y este porcentaje es algo menor en los hombres (44,6%), aunque en ambos casos es muy elevado. Si tenemos en cuenta que solo el 13% de las mujeres –similar en los hombres- tenía mala salud antes de asumir las tareas de cuidados, nos podemos hacer una idea del gran impacto cuidar tiene sobre la salud de las personas que cuidan.
¿Tiene la labor de las cuidadoras la valoración que se merece por parte de la sociedad?
Los cuidados están francamente infravalorados en nuestra sociedad. La invisibilización de los cuidados es una de las razones de esta minusvaloración. En primer lugar porque estamos en una sociedad que solo valora lo que se intercambia por bienes o servicios, o sea, lo que tiene valor monetario. Es decir, lo que no “cuesta dinero” no tiene valor, por tanto no es importante a los ojos de la sociedad. En segundo lugar, están invisibilizados porque se producen en el ámbito doméstico, privado, “de puertas adentro” (según el término acuñado por Mª Ángeles Durán), y forman parte de las relaciones afectivas o de parentesco entre las personas. Y finalmente, porque es un rol adscrito socialmente a las mujeres, como parte de su identidad de género, y sabemos que “las cosas de mujeres” son menos valiosas a los ojos de la sociedad.
Si los cuidados se pagaran, ¿se valorarían más a nivel social?
No tengo claro que la solución a esta minusvaloración pase necesariamente por asignarles un pago. En términos de equidad de género esto es un arma de doble filo: por un lado supone un mayor reconocimiento, pero por otro no liberaría a las mujeres de la obligación social de cuidar, y probablemente las “condenaría” a ser las cuidadoras sin reclamar ni exigir una corresponsabilidad.
Lo que sí es necesario es mejorar las condiciones en las que se prestan los cuidados y brindar posibilidades de elección real sobre los cuidados.
¿Qué se puede hacer por parte de las instituciones?
Los cuidados son un eje fundamental y determinante de las desigualdades de género, también en salud. Por tanto, una de las acciones debería ser considerar los cuidados de manera transversal en todas las políticas públicas: de empleo, de salud, de atención social…Es decir, tratar a las personas cuidadoras –mayoritariamente mujeres- como ciudadanas con plenitud de derechos.
En segundo lugar, desde los servicios de salud (y otros, pero me centro en salud porque ese es el campo en el que trabajo), deberían considerarse las necesidades y derechos de las personas cuidadoras: ofreciendo servicios específicos adaptados a lo que necesitan y evitando tratarlas como un simple “recurso” para mantener los cuidados en el ámbito del hogar.
En tercer lugar, las y los profesionales, deberían considerar a la mejora de la salud y las condiciones de vida de las personas cuidadoras como uno de sus objetivos, y no solo abordar la salud de las personas dependientes.
¿Qué tendría que incorporar una ley sobre cuidados?
No creo que sea imprescindible elaborar una ley sobre cuidados, sí es necesario incorporar los cuidados como uno de los elementos fundamentales de las leyes sobre salud, dependencia o empleo, por citar solo algunas.
Sí me parece importante que haya un Plan o una Estrategia dirigida a personas que cuidan, y que tenga en cuenta todos los elementos que son importantes en el cuidado, incluidas medidas para la corresponsabilidad entre familia y Estado y entre mujeres y hombres.
A nivel sanitario, se debería considerar el trabajo de cuidados como un factor de riesgo para la salud, y poner en marcha intervenciones para promover la salud de las personas cuidadoras. Entre estas medidas, incluyo las de promover la equidad en el reparto de los cuidados y de sus cargas.
Y desde el campo de la educación, ¿qué se puede hacer?
Educar en la importancia que tienen los cuidados para el sostenimiento de la vida humana, la visibilidad de los cuidados y de las personas que los ejercen son dos de las medidas importantes. Pero sobre todo, educar en igualdad y en corresponsabilidad es fundamental.
¿Qué nos espera con el envejecimiento de la población?
España es uno de los países en los que el envejecimiento es y será más importante. Esto aumenta la demanda de cuidados de larga duración. También las tasas de natalidad en descenso, la movilidad de las familias y la diversidad de formas familiares influirá en la oferta de cuidados a nivel informal. Así mismo, los recortes en servicios públicos han influido en la escasez de servicios formales de atención a personas dependientes. Por tanto, tenemos que idear soluciones creativas, novedosas y equitativas.
¿Cómo se puede cuidar a las personas que cuidan?
Hay muchos elementos. El principal en mi opinión es posibilitar la capacidad de elección sobre si asumir o no los cuidados. Esto es fundamental para revertir la situación de importante desigualdad que atraviesa actualmente a los cuidados.
Por otra parte, las personas que asumen los cuidados necesitan ser consideradas como personas con determinados riesgos para la salud, y hay que minimizar y prevenir estos riesgos. Las personas que cuidan son usuarias de los servicios de salud para sí mismas, no solo como gestoras de la salud de otras.
Hay que ofrecer una gama de servicios formales suficientemente variada, flexible, accesibles y de calidad para que las personas cuidadoras puedan realmente elegir si asumen los cuidados, en qué medida y en qué condiciones.
¿Es habitual el sentimiento de culpabilidad en el caso de las mujeres que por distintos motivos dejan de cuidar?
Desgraciadamente, las mujeres llevamos la culpa incorporada como parte de nuestra socialización de género. Sí, las mujeres que no pueden cuidar o lo hacen de una manera poco satisfactoria se sienten culpables, porque la presión social las culpabiliza a ellas de los déficits de cuidado. Desde los servicios profesionales, por ejemplo los sanitarios, también se culpabiliza a las mujeres que no cuidan o que “no cuidan bien”. Esto es re-victimizar a las mujeres.
¿Hay otros países en lo que podamos mirarnos, otras experiencias?
Deberíamos mirar a países como los nórdicos en cuanto a las políticas públicas referentes a los cuidados de larga duración y a políticas de equidad de género. Hay una multiplicidad de medidas que se pueden tomar: económicas (de reconocimiento o compensación por el cuidado), laborales, de servicios sociales o de salud. También intervenciones para mejorar el bienestar de las personas que asumen los cuidados y de fomento de la corresponsabilidad.
Una de los elementos que hay que examinar es dónde radica la responsabilidad de cuidar y atender a las personas que lo necesitan: ¿es una cuestión que solo –o fundamentalmente- atañe a “la familia” (o sea, a las mujeres de la familia), y por tanto ella/ellas son las principales responsables? ¿O más bien es una responsabilidad del conjunto de la sociedad hacia sus miembros más vulnerables y por tanto es el Estado, con el concurso de la sociedad civil, quien tiene que garantizar esos cuidados? Es una decisión fundamentalmente de tipo político, ¿hacia qué modelo de sociedad de cuidados queremos aproximarnos?
Sin respuestas a ““Treinta de cada cien mujeres no pueden plantearse tener un empleo porque es incompatible con sus responsabilidades en el cuidado””